Este es un blog escandaloso, pero necesario, al que le había llegado la hora hace demasiado tiempo. Ahora lo voy escribiendo, hurgando en mi memoria lo que todavía vive y duele y supura, pero tiene que ser contado para que sane mi ser. Dios me impulsa y lo lograré. Seré condenada por algunas cosas que digo y no me refiero sólo a lo sexual, pero mucha gente sigue estancada y obsesionada –incluyo a las y los religiosos y el clero, parte integral de la Iglesia católica–, con la idea de que es en lo sexual donde más «se peca», creen que el sexo, lo erótico es donde radica el mayor peligro, la mayor tentación que conlleva la pérdida del Reino de Dios. Qué errados están. Es patético, muy triste y decepcionante que en estos años 20 del tercer milenio todavía existan personas que se llamen católicas y crean eso. Son ignorantes, gente de una fe confusa, débil y una formación religiosa muy atrasada, que tanto la teología como la espiritualidad han superado hace años. Si no, observen la escandalosa y despiadada oposición que tiene el papa Francisco, porque insiste en que la Iglesia católica acoja a todos: homosexuales, divorciados que mantienen una relación de pareja, marital, sin volverse a casar, parejas que cohabitan, que mantiene una relación en unión libre.
Por supuesto, está la posición política, económica y social de Francisco, que es un hombre de izquierda, pero no comunista. Jamás lo ha sido. Francisco cree firmemente en el sistema de gobierno democrático y ha condenado firmemente el comunismo, el marxismo como filosofía, el totalitarismo sea de derecha o de izquierda.
Me he detenido en este tema porque a los poderosos y multimillonarios y a ciertos grupos del clero elitista les molesta sobremanera su posición a favor de los pobres, los rechazados, los que Francisco llama «personas que viven en las periferias» de la sociedad. A ellos, los poderosos y ricos, qué les importa. Su único interés en la vida es el dinero, el poder y el prestigio. Pero las relaciones sexuales, el sexo, sigue siendo un tema muy espinoso, polémico, que conlleva a «pecados mortales» para una inmensa cantidad de cristianos. Y esto es una pena, porque no es así.
Continúo con mi intento de explicar de qué se trata este blog.
La mía es una existencia que nadie quiso, incluso que quisieron evitar por todos los medios. Pero los intentos de aborto fallaron y nací. Nací porque Cristo lo quiso y tengo una misión. Creo que le he ido cumpliendo desde que lo encontré en mi camino, que hasta ese momento estaba lleno de pecado e inconsciencia, pero que cambió radicalmente cuando sentí la Presencia incomparable, misteriosa, maravillosa de Jesús en mi vida. Poco a poco comprendí que debía dar mi testimonio de vida, algo que en mi caso, conlleva una gran valentía ante la sociedad, sobre todo siendo yo quien he sido: una periodista relativamente conocida y muy repudiada por mi postura política socialdemócrata en este Miami ultraconservador, pero que gracias a Dios ha ido cambiando lentamente para bien del pluralismo, la inclusión, la democracia a medida que fueron llegando otros cubanos de nuevas generaciones.
Aquí lo cuento todo, ha sido y es mi vida y mi verdad.
En la Biblia se habla mucho de que Dios no sólo perdona sino que olvida nuestros pecados. «Pero soy yo, sólo yo, el que borro tus crímenes por consideración a mí, y ya no me acordaré de tus pecados.»(Isaías 45,23)
«Porque yo perdonaré sus iniquidades y no me acordaré más de sus pecados» (Hebreos 8,12).
«Yo pondré mis leyes en su corazón y las grabaré en su conciencia, y no me acordaré más de sus pecados ni de sus iniquidades». (Hebreos 10,17)
San Juan Pablo II decía: «La inmensa alegría del perdón, ofrecido y acogido, sana heridas aparentemente incurables, restablece nuevamente las relaciones y tiene sus raíces en el inagotable amor de Dios».
«¡Feliz el que ha sido absuelto de su pecado
y liberado de su falta!
¡Feliz el hombre a quien el Señor
no le tiene en cuenta las culpas,
y en cuyo espíritu no hay doblez!»
(Salmo 32, 1-2)
Yo soy esa mujer, pero es necesario para mí narrar esto. En el camino descubriré por qué.
