El loco estado de la psiquiatría

Quiero hablar hoy de la salud mental incluyendo la mía, y aclarar de paso, el errado diagnóstico que me dio un psiquiatra, las graves consecuencias que pudo tener en mí el tratamiento con un psicofármaco que me recetó, porque supuestamente era el apropiado para mi «enfermedad», inventada por él. Después de tomar aquella pastilla, creo estoy viva de milagro. También quisiera analizar esa profesión: «psiquiatría», lo solapada que es, lo corrupta que puede llegar a ser, sus fragilidades y la afirmación que hace la American Psychiatric Association de que la psiquiatría pertenece al campo de la medicina como ciencia. ¡Ay, Abracadabra! Esto le abrió la puerta a la industria farmacéutica para dominar esa profesión y sus profesionales a niveles inimaginables, muchas veces trágicos para los que padecen trastornos mentales y beneficia muchísímo económicamente a los psiquiatras.

Sin embargo, a pesar de esta realidad fatal, hay otra que es buena: la psiquiatría sí ha ayudado y ayuda mucho a personas con trastornos mentales, y las empresas farmacéuticas ciertamente interesada sólo en ganancias, ha hecho aportes muy buenos en el tratamiento de esos padecimientos y otros ingeniados por ambos: los psiquiatras y la poderosa industria de psicofármacos. Ambas realidades, buena y mala, van unidas, como el trigo y la cizaña. Pero no podemos negar que existe una creciente controversia acerca de la validez de la psiquiatría. Trataré lo más brevemente posible de presentar el tema. Y aporto mi testimonio personal, porque creo que es un buen ejemplo de lo que quiero decir.

Tomo el título de este análisis de uno de los ensayos ganadores del premio Best American Essays de 2012. La autora es Marcia Angell, exeditora en jefe del New England Journal of Medicine. Angell revela en su premiado ensayo (The Crazy State of Psychiatry, El loco estado de la psiquiatría) el estado lamentable de esa profesión. Algo muy revelador que pocas personas conocen a fondo: los diagnósticos equivocados que un preocupante número de psiquiatras le dan a sus pacientes y por ende, los riesgosos o contraindicados medicamentos que recetan, esto es gran parte del problema, pero no el único. También toca el dudoso comportamiento de algunos psiquiatras, que tienen interés en recetar medicinas a sus pacientes que quizá no las necesitan, pero que al colaborar con la industria –Big Pharma– ellos -los psiquiatras- salen con una buena tajada de la ganancia. Algo les toca y no es poco por «vender» a gran escala un nuevo psicofármaco, ¿no es cierto?

Un estudio publicado en febrero de 2021 en Annals of General Psychiatry, sugiere que casi un tercio de los pacientes con un trastorno psiquiátrico grave han sido diagnosticados erróneamente. Hay muchas razones por las que una persona puede ser mal diagnosticada cuando se trata de problemas de salud mental:  información inexacta o insuficiente obtenida durante la evaluación de la salud mental, la inexperiencia de un médico o el exceso de confianza en el diagnóstico, falta de seguimiento de los síntomas de los pacientes y no dedicar suficiente tiempo a ellos para obtener la necesaria información y la más precisa para brindar un diagnóstico veraz. Y este es el problema clave y grave que enfrentamos hoy en Estados Unidos. Hablar con el paciente, escucharlo atentamente, preguntar, explorar… meditar y reevaluarlo periódicamente es algo muy necesario, pero que muy pocas veces lo hace un psiquiatra. Carece de tiempo pero sin duda también de una mínima ética médica, sin adentrarnos en la compasión que debería dominar sus trato con el enfermo y sus decisiones cuando receta algo que sabe que no está seguro si es necesario.

Vamos por partes para poder entender esta calamidad: La primera visita que una persona hace a un psiquiatra es a la que él le dedica más tiempo. Dura de 45 minutos a una hora y se centra en la evaluación del paciente. Es en esta primera cita en la que el psiquiatra preguntará el motivo de la visita. La respuesta del paciente ayudará a proporcionar al psiquiatra la información más importante sobre lo que le sucede. La psiquiatría se define a sí misma como la especialidad médica dedicada al estudio de los trastornos mentales de origen genético o neurológico con el objetivo de prevenir, evaluar, diagnosticar, tratar y rehabilitar a las personas con trastornos mentales, y asegurar la autonomía y la adaptación del individuo a las condiciones de su existencia. Fíjense que estudian los «trastornos mentales», no «las enfermedades mentales». ¿Por qué hago esta observación? Porque hasta hace muy poco para las enfermedades físicas había diagnósticos acertados, seguros, porque se cuenta con evidencia científica -enfermedad de los riñones, diabetes, las arterias del corazón tupidas,tc), no así los trastornos mentales, que se basaban sólo en observaciones de comportamientos, evaluaciones subjetivas del psiquiatra, historias familiares, traumas y experiencias vividas por el paciente que supuestamente le indicaban al psiquiatra de qué padecía esa persona. Sólo a partir de eso era que el psiquiatra procedía a dar un diagnóstico.

Pero con los avances tecnológicos se han ido descubriendo causas genéticas y los adelantos en la radiología han permitido demostrar cambios fisiológicos, metabólicos y anatómicos en el cerebro cuando hay un padecimiento mental que no es neurológico, sino psiquiátrico. Ejemplos: la depresión, la esquizofrenia, ser bipolar, la ansiedad se pueden hoy ver en un Scan (CT, PET, MRI, nuclear, etc). Antes -hasta hace apenas unos años- el diagnóstico psiquiátrico se hacía basado únicamente en el Diagnostic and Statistical Manual of Mental Disorders, que en español se llama Manual de Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales de la Asociación Psiquiátrica Americana (APA), que es libro determinante que le va a indicar al psiquiatra lo más aproximadamente posible, de qué sufre la persona.

Ahora bien, ¿Quiénes determinan y le dan nombre y definición a los trastornos mentales? Un comité de psiquiatras que sostiene reuniones periódicas para compartir experiencias recogidas por los demás miembros médicos con sus pacientes, intercambian información valiosa, como los nuevos medicamentos psiquiátricos que se han hecho y ya está a la venta, etc. Después de estas reuniones y revisiones deciden redactar el nuevo Manual de Diagnóstico, que tiende a cambiar a través de los años.

A partir de esa primera cita de una hora con el psiquiatra, en que el psiquiatra supuestamente llega a una conclusión del trastorno de la persona, el tiempo promedio que el paciente está con el psiquiatra es de aproximadamente 10 a 15 minutos, y la próxima cita para verlo es por lo general de tres a cuatro meses para una corta reeevaluación que se basa en preguntarle cómo le va con los medicamentos y recetarle lo mismo o si ha habido un cambio, recetarle algo adicional o quizá cambiarle el medicamento. .

Lamento decir esto, pero no olvidemos que, a mayor número de pacientes que el psiquiatra ve en el día, mayor es la cantidad de dinero que gana. Y lo que cuesta una consulta de esa índole es ya de por sí una pequeña fortuna para la mujer o el hombre común. $150 o $250 la visita. Aunque ya muchos seguros la cubren, hasta apenas cuatro a cinco años, casi nada referente a la salud mental era cubierto por la mayoría de los seguros médicos. ¿Comprenden el gravísimo error, entre muchos otros, que ha cometido nuestro sistema de salud estadounidense, que de por sí es un desastre y el más atrasado y disfuncional de los países desarrollados o llamados del Primer Mundo?

Creo que es apropiado citar aquí a la periodista investigativa Hope Reese en su ensayo Los verdaderos problemas de la psiquiatría. Un psicoterapeuta sostiene que el DSM, la «biblia» que define todos los trastornos mentales, no es científico, sino el producto de políticas y burocracias inescrupulosas. (The Real Problems of Psychiatry. A psychotherapist contends that the DSM, psychiatry’s «bible» that defines all mental illness, is not scientific but a product of unscrupulous politics and bureaucracy).

Asimismo considero que esta carta de renuncia de un conocido psiquiatra a la Asociación Americana de Psiquiatría expresa con claridad las evidencias y los hechos del inmenso escándalo que esconde la APA: su relación estrecha con los fabricantes de psicóticos y la mutua ganancia que obtienen de los pacientes. Letter of Resignation from the American Psychiatric Association. Loren R. Mosher, M.D. to Rodrigo Munoz, M.D., President of the American Psychiatric Association (APA) 4 December 1998.

Me interesa mucho este tema porque, además de ser un asunto de injusticia que hay que investigar y tratar de cambiar, yo soy un claro ejemplo de lo que la doctora Marcia Angell, actualmente Profesora titular del Departamento de Salud Global y Medicina Social de la Universidad de Harvard, expone en su libro.

Hace años mi médico primario del Jackson Memorial Hospital se negó a recetarme Clonazepam, debería hacerlo un psiquiatra, me dijo, porque estos medicamentos están muy controlados y no se lo permitían a él como médico generalista. Por tanto solicité ver a un psiquiatra, cualquiera, en Citrus Health Network, pues no tenía seguro médico, es por eso que había estado yendo al Jackson, el hospital público, en aquella época en que trabajaba free lance en varias publicaciones y haciendo documentales. Para obtener recetas para mis padecimientos mentales –ansiedad y depresión – decidí ir al Citrus en lugar de ver a un psiquiatra en el Jackson, algo muy complicado, ya bastante tiempo y esfuerzo me había costado obtener allí atención médica casi gratuita. Que me hablen a mí de tratar de vivir en este país sin seguro médico.

Cuando fui a Citrus me tocó como un psiquiatra -no diré el nombre- aparentemente estable y cuerdo, cumplidor en sus tareas agobiantes, eso era observable en su comportamiento y en sus quejas por la inmensa cantidad de pacientes que atendía en un día normal de trabajo, como el resto de los psiquiatras allí. Me di cuenta al poco tiempo que quería ser un escritor más que un médico. Creo sinceramente que este pobre hombre malogró su profesión, porque después de graduarse de la carrera de medicina, se fue a viajar, según él mismo me contó, por un largo tiempo, sin querer ejercer su profesión. Al regreso decidió hacer una especialidad médica en psiquiatría. 

Muchas de nuestras conversaciones trataban sobre literatura, qué habíamos leído o estábamos leyendo, nuestros autores favoritos, etc. Soy periodista, pero graduada en literatura comparada, y sin duda esto le dio pie para poder conversar conmigo sobre narrativa, teatro, letras. Me contó que había escrito un libro y me regaló una copia. A mí me pareció interesante su página en Facebook, que me recomendó, porque no tenía nada que ver con psiquiatría y sí mucho con literatura. Pensé que en sus posts literarios de Facebook, se liberaba de un trabajo «psiquiátrico», que lo aplastaba. Era observable también en la forma en que ponía de un lado para otro y revisaba con rapidez los muchos expedientes de pacientes nuevos que se hallaban en su escritorio, que su asistenta se los seguían añadiendo con frecuencia. De veras, como para volverse loco, y es que en Miami hay una cantidad inmensa de trastornados mentales que, al no tener seguros médicos, tienen que acudir al Jackson -un gran proceso burocrático en aquella época-, o a Citrus. Los psiquiatras no dan a basto en esta ciudad. Es comprensible.

Ahora, escribiendo esto, busco y descubro que el doctor tiene un nuevo perfil en Facebook bajo su nombre, que ha escrito otros libros, y sus entradas en la red social son de narrativa de ficción, bandas de rock, política, y anuncios de la publicación de sus cuentos. Al fin, me dije, después de algunos años parece que logró dejar la profesión de psiquiatra y se dedicó a escribir. Ha de ser un hombre feliz, y de paso –o lo mejor de todo–, dejó de dar diagnósticos errados a sus pacientes, como le pasó conmigo.

Al año de estar visitándolo, durante el cual me mantuvo tomando las pastillas que me había recetado mi antiguo psiquiatra, el Dr. Fernando Mata- este señor nuevo al que estaba viendo ahora me dijo que ya era hora de que me diera un diagnóstico él –me dio la impresión que se lo exigían– , y me definió como bipolar. ¿Un nuevo e inesperado diagnóstico, que ni siquiera había insinuado, y me seguió recetando las mismas pastillas que estaba tomando: Clonazepam y Effexor? Yo no había experimentado ningún cambio en todo ese tiempo, excepto el estrés inherente a mi profesión, periodista. Mi vida era un un vértigo de intenso trabajo: las acontecimientos, la situación nacional, las noticias de Cuba y de Estados Unidos, temas centrales de mis columnas y análisis, fueron creando el estado de ansiedad que se hacía patente. Mi raigal compromiso con la causa de la libertad de Cuba y la intransigencia y el terrorismo radial que yo y otros sufrimos en este Miami por parte del exilio ultraconservador fue horrible en las décadas del 80 y el 90. Estoy convencida de que todo eso combinado fue definitorio en mi salud mental. Recibía llamadas amenazantes al periódico -El Nuevo Herald-, me insultaban por la radio llamándome dialoguera y «comunista», incluso alguien me llamó por teléfono para avisarme, dijo, que mi escritorio algún día estaría lleno de mi sangre. Otra noche, en que salí tarde del trabajo encontré mi carro con los cristales de las ventanillas delanteras rotas y dos gomas ponchadas, obra, estoy segura, de algún cubano fanático que me quería muerta probablemente. En fin, fueron años fuertes y por qué no decirlo, felices, felices porque sentí, sabía que estaba haciendo lo que debía de hacer movida por el amor a la verdad, su búsqueda, su revelacón, las denuncias contra la injusticias en Cuba, pero también aquí.

Pues bien, ¿las pruebas del nuevo psiquiatra, su investigación “científica” para lanzarme ese diagnóstico? Mi forma de hablar algo rápida, y cierta intensidad que notaba en mis expresiones (recordemos el poquísimo tiempo con que se cuenta para conversar con un psiquiatra. En esos 10 o 15 minutos minutos, trataba de explicarle cómo me sentía, incluyendo el estado de tensión que a veces tenía producto de mi trabajo. Intentaba hablarle de mi vida, cómo me iba con los medicamentos, pero no daba tiempo. Todo era muy apurado.

Acepté el diagnóstico de bipolar sin conocer prácticamente nada de esa terrible trastorno mental. Yo no era ni soy bipolar, ese inepto psiquiatra había dado un diagnóstico completamente equivocado. Recuerdo como si fuera hoy, la noche que, al iniciar el «nuevo tratamiento» para mi supuesto trastorno, tomé una pastilla que me recetó que por poco me mata. Fue horrible el efecto que tuvo en mí ese medicamento, llamado Depakote, no lo olvido. Por poco hay que llevarme al hospital, pero gracias a Dios se me fue pasando, aunque duró horas el horror –inmensa sed que no se saciaba con nada, temblores constantes, la mente muy confusa y un estado de nervios como jamás lo había tenido–, con la ayuda de dos amigas con las que vivía y mi abandono total a la voluntad de Dios, repitiendo dos frases o mantras que me ayudan en situaciones difíciles -«Jesús, en ti confío» y «Señor mío Jesucristo, Hijo de Dios, ten misericordia de mí». Una de mis amigas, Zoila, me pasaba las manos por las piernas y los brazos que no dejaban de temblar. Adel no se separaba de mí un instante rezando.

Al otro día por supuesto tomé la decisión de volver a mis medicamentos de siempre, dejé de tomar esa pastilla que me mandó y no lo fui a ver más. Fue una experiencia tremenda, una que me confirmó más en mi apoyo a que los ciudadanos de Estados Unidos tengan seguro universal, un sistema de salud reformado que cubra a todos. El sufrimiento que padecen 25.3 millones de personas en Estados Unidos por carecer de cobertura médica es terrible, de hecho, sabemos que muchas personas mueren por falta de atención médica. Una vergüenza y una tragedia nacional.

Cuando cumplí los 65 años y llegó con ellos el Medicare, ya pude empezar ver a otro psiquiatra. Además de confirmar el diagnóstico original que me había dado el Dr. Fernando Mata de mi padecimiento de Trastorno de Ansiedad Generalizada y depresión, me comentó que cómo pudo aquel otro médico cometer semejante error que me pudo haber causado un daño considerable a mi salud mental. Imagínense lo que sería darle pastillas para la esquizofrenia a alguien que no padece de ella, o medicar a una person que no sufre de eso con pastillas antipsicóticas. Una locura, y eso sigue sucediendo en la psiquiatría.

Es por eso que siempre recomiendo asegurarse bien de quién es el psiquiatra que se va a ver, tener alguna buena referencia de ella o de él y si puede, buscar una segunda opinión sobre el diagnóstico.

Hace años que me siento bastante estable y en paz conmigo misma. Me he reconciliado con mi pasado, mi sentido de culpa, mis añoranzas, ciertas experiencias traumáticas de la niñez y la adolescencia que me marcaron grandemente. Vivo en el presente lo más que puedo, aunque el pasado sigue haciéndose presente más de lo debido. Ha de ser una de las causas más poderosas de mis padecimientos emocionales: la pérdida de la patria, ser exiliada, la necesidad acuciante y perenne del regreso al origen y otras vivencias que hicieron de mí lo que soy.

Aseguro que la terapia con una excelente psicóloga clínica, junto a los medicamentos recetados por mi psiquiatra, han contribuido enormemente a mi estabilidad psicológica, que me haya podido de levantar de mis caídas y tratar de «seguir adelante». ¿No es así que se dice: «Hay que seguir adelante»?

Me falta por decir algo de mucha, inmensa importancia: lo que sufren los enfermos mentales y sus familiares por el estigma con el que tienen que vivir. Ese estigma, que es discriminación, rechazo, prejuicio, muchas veces lo tiene la misma familia del enfermo contra él o ella, aunque traten de disimularlo, el enfermo lo sabe, lo siente. Y esto le causa aun más dolor, un sufrimiento atroz. La familia siente vergüenza de tener como hermano o hijo a un esquizofrénico, a una persona bipolar, que ya de por sí tienen una vida terrible. No menos maligno es el estigma público de la sociedad. Es tanto el esfuerzo que ha hecho en negar que existen los padecimientos mentales, que eran y son una enfermedad, un trastorno que se puede tratar y con ello mejorar en gran medida la calidad de la vida de la persona afectada con un mal crónico, que los seguros de salud no los cubrían. Supongo que para la mayoría eran considerados locos, no valía la pena ni el dinero.

Algo se ha adelantado a través del esfuerzo de muchas organizaciones y fundaciones que defienden y apoyan a estos seres que merecen todo nuestro respeto y compasión, y no negarles la dignidad como seres humanos que son. Pero falta aún mucho por hacer. Y en eso debemos implicarnos todos. Sería un bello y muy útil compromiso, una admirable labor.

No puedo terminar este escrito sin agradecer el amor, la fe, la esperanza que Dios, en su misericordia sin fin, me ha regalado. Sin ellas no habría habido tratamiento psiquiátrico ni psicológico que me curara las heridas más profundas de mi alma, que por cierto, es lo que quiere decir psique en griego.

He aquí una pequeña lista adicional de libros o artículos muy interesantes y reveladores sobre los conflictos que confronta la psiquiatría:

The Troubled History of Psychiatry, The New Yorker
Challenges to the legitimacy of the profession have forced it to examine itself, including the fundamental question of what constitutes a mental disorder.
(Retos a la legitimidad de la profesión ha forzado a examinarse a sí misma, incluyendo la cuestión fundamental de en qué consiste un trastorno mental)

The Impact of Mental Health Misdiagnosis (El impacto de los diagnósticos equivocados en la salud mental)

Decadencia de la psiquiatría

Controversia de la psiquiatría

Marcia Angell on Psychiatry and the Pharmaceutical Industry

Diagnostic and Statistical Manual of Mental Disorders DSM-5-TR

Aportaciones y Limitaciones del DSM-5 desde la Psicología Clínica

Pospsiquiatría

Antipsiquiatría