Historia del exilio cubano

Los segundos que aparece la pantalla en negro son los espacios donde iban los anuncios.

Estaba acabando de leer un libro recién publicado en español que desde el día anterior, cuando lo empecé a leer, me tenía en vilo de asombro y fascinación: Perstroika. Nuevo pensamiento para mi país y el mundo, de Mijail Gorbachov. Mientras más avanzaba en la lectura más fuerte se hacía el presentimiento de que algo estremecedor, impensable hasta ese momento estaba por suceder en la Unión Soviética. Pero se aclaraba la inconcebible idea a medida que iba comprendiendo a fondo las palabras del líder soviético, y es necesario aclarar las de su esposa, Raisa Maximovna Titarenko, que influía considerablemente en el pensamiento de Gorbachov, sobre todo en lo que respecta a la apertura y el cambio hacia la democracia que necesitaba llevarse a cabo en el país que ambos amaban: Rusia.

Era el año 1988. Y poco a poco se fue creando en mí la idea de que lo que se estaba fraguando en la Unión Soviética inevitablemente iba a tener repercusiones en Cuba. Pensé que en 1989 se cumplirían 30 años de la revolución cubana, de la toma del poder de Fidel Castro y el casi inmediato y trágico giro que tomó el país una vez Castro eliminó –encarcelación, asesinatos, juicios sumarios, fusilamientos, mentiras y su incuestionable psicopatía y narcisismo maligno– de todo el que se opusiera a su voluntad de imponer el comunismo en Cuba. Y así comenzó también el exilio cubano.

Los segundos en que aparece la pantalla en negro al principio y entre secciones ocup el lugar donde iban los anuncios.

Se me ocurrió llamar a Alfredo Duran, director del Canal 51, con quien había trabajado en el Canal 23. Conocía sus gusto por la creatividad, la originalidad, su mente receptiva y abierta, su pluralismo demócrata. Rara avis en el Miami de esa época, y me encantaba su excepcionalidad. Lo llamé e hicimos una cita para vernos al próximo día en su oficina. Una conversación larga y una idea que cobró forma concreta de realizar un documental sobre la historia del exilio cubano, ahora que estaban por cumplirse sus 30 años. El primero que se hacía. Siempre en los medios miamenses se transmitían en los noticieros anécdotas de exiliados, entrevistas e historias de la revolución cubana, de lo que políticamente pasaba en Cuba.

De inmediato pusimos manos a la obra. Decidimos dividirlo en tres décadas cronológicas. Lo más significativo que había ocurrido en cada una de ellas. El trabajo, por supuesto, fue inmenso: Investigar esa historia, escribir el libreto que consistía en las preguntas que le haría, detrás de las cámaras, a las personas imprescindibles de la historia, la narración de la historia y por otra parte, buscar las imágenes (footage) de cada acontecimiento. Encontré casi todo lo que buscaba y para mi gran satisfacción hallé fotos y vídeos de hechos históricos que sucedieron, pero que no se habían transmitido, mucho menos expuestos como especies de «manchas» que ensuciaban la imagen de un exilio patriota, exitoso, conservador vertical, inmaculado. Y last but not least, la música que acompañaría esta epopeya. ¿Quién, pensé, si no mi entrañable amiga de largos años, cantautora de las mejores, y de una cubanía –y cubanidad– que la hacía esencial para componer la letra y la música de un documental sobre nuestra amada Cuba.

La llamé por teléfono, le expliqué todo sobre el proyecto y acordamos hablar a medida que se iba filmando cada segmento.

El resultado maravilloso lo pueden escuchar completo en el documental. El son de las tres décadas es un canto al triunfo, al fracaso, el dolor, la frustrada lucha por la libertad, y más que nada, aunque desarraigados y rotos por dentro al ver la destrucción y la ruina que han hecho de Cuba los comunistas, inexplicablemente orgullosos de ser cubanos.

Y asi, esa búsqueda de historias verídicas me llevaron incuso a The National Archives y a la Biblioteca del Congreso en Washington, y por supuesto a las universidades y los archivos de los canales de televisión de Miami. Cómo hacerle las preguntas clave a ciertas personas imprescindibles de esta historia tan controversial –¡Y cómo lo comprobaríamos después!- y altamente polémica.

Se exhibió el 20 de mayo de 1989. Al otro día ardió Troya en Miami. Nos acusaban de no sé cuántas cosas. La calumnia, la descalificación, el insulto y por supuesto, el clásico: ¡comunistas! habiendo demostrado el programa todo lo contrario. Pero como me repugna escuchar las imbecilidades, tergiversaciones y mentiras que han reinado en la radio miamense, la apagué. Yo, que jamás la escuchaba, ahora lo había hecho por las llamada de teléfono que recibí para advertirme de lo que estaba pasando, por eso la puse. Todos sabemos quiénes son los patrioteros de micrófono que establecieron la intimidación como arma infalible en Miami, del cual muy poca gente que disentía de ellos salía ilesa, y los hubo incluso que fueron blanco de intentos de asesinato, como el creador y locutor de uno de los pocos excelentes programas de radio, Emilio Milián. Y me anoto como un logro, después de mucha búsqueda, el haber conseguido las imágenes de él tirado en el parqueo de la estación, moribundo. Al encender su carro una bomba que estaba conectada al motor hizo explotar el carro con idea de matarlo. No lo lograron, pero le arrancaron las piernas. No voy ahora a enumerar las bombas que pusieron los «intransigentes» patriotas cubanos del exilio «anticastrista», que muy oportunistamente llegaron a crear una verdadera industria para hacer dinero en sus estaciones radiales arrancándole el pellejo, metafórica y literalmente, a los que no pensaran y se expresaran como ellos, o por lo menos se callaran ante mentiras e injusticias.

Cuán no sería mi encanto al enterarme de que Durán, después de los ataques radiales y de cierta prensa escrita que causó el documental, al otro día expresó en un editorial del Canal 51 que como había gustado tanto, a petición popular, se exhibiría el siguiente sábado. Resulta que tuvo unos ratings altísimos, y cuando se entregaron los Emmys a fines de año o al año siguiente, fue el documental que más de esos galardones a los mejores programas de televisión obtuvo en la historia de la televisión hispana en el Sur de la Florida.

Pongamos otro ejemplo. El coleccionista de arte, Ramón Cernuda, director de la galería Cernuda Art, no sospechaba que exhibir una pintura de un artista cubano en el difunto Museo Cubano de Arte y Cultura causaría el escándalo que causó en Miami y la demonización de su persona. Entérense las nuevas generaciones de cubanos si no lo saben: el 22 de abril de 1988 se subastó en dicho museo la obra de Manuel Mendive Pavo Real. La obtuvo José Juara por $500. Paso seguido, Juara salió del museo y frente a sus puertas lo quemó como gesto de protesta de que en Miami se exhibiera o vendiera arte cubano realizado por artistas residentes en la isla. A partir de ese día era prácticamente anatema visitar el Museo Cubano de Arte y Cultura, pero como no todos los cubanos, afortunadamente, eran de igual calaña, sí siguieron yendo cientos de personas a ver las buenas exposiciones de arte cubano que allí se exhibían. Puedo contarles muchas anécdotas acerca de lo que en esta ciudad fue sucediendo para intimidar a los cubanos. Pero no lo voy a hacer porque me repugna. A mí no me intimidaron nunca.

Volvamos al tema, que es acerca del documental que aquí les ofrezco para que los lectores que conocen poco o nada de estos casi 70 años de la inmensa diáspora cubana, vean algunas de las experiencias más significativas de lo que fueron los primeros 30 años del exilio cubano. Mi «pecado» al elegir las historias, escribir el libreto que consistía en narración de las presentadoras, Leticia Callava y Alina Mayo Acce, hacer las preguntas que le haría a los entrevistados,, producir y asistir en la posproducción, previa aprobación de Durán, claro. Fue desmitificar al exilio como el lugar donde imperaba la libertad plena, muy contrario a lo que se vivía en Cuba. Me negué a que se mostrara sólo el lado admirable y sin duda de la superación y los grandes éxitos personales y comunitarios de los cubanos miamenses. Como en toda historia, ésta tenía dos caras. La otra no se había mostrado casi nunca, sólo cuando había sido noticia ese día. Y la verdad es que no hubo nada más parecido a la dictadura comunista de Cuba que la dictadura cubana en el exilio, que duró bastantes años. El efecto que tuvo esta historia cuando salió al aire es evidencia de ello.

Soy consciente que muchos de los sucesos deplorables que sucedieron aquí fueron causados por los agentes de la Seguridad del Estado cubano que desde un principio llegaron a Miami infiltrados para desacreditar y hacerle daño a la imagen del exilio cubano. Era uno de los hobbies preferidos de Fidel Castro. En el ambiente académico de casi todo Estados Unidos el ambiente y la enseñanza era de un izquierdismo feroz. Todo eso lo sabemos. Fue difícil abrirse paso aquí, sí, pero eso no excusaba la derecha ultraconservadora y desinformante de los cubanos exiliados.

Pero la situación, gracias a Dios, fue cambiando. A medida que iban llegando más y más cubanos de otras generaciones y experiencias se fue haciendo realidad aquí la realidad misma que se vivía en Cuba. Se fue valorando, viviendo la verdad de lo que hasta bien entrado los 90 era una visión idealizada, completamente separada de la que vivíamos tanto allá como aquí. Es tarea de los historiadores darle sentido a estos casi 70 años de caos y sufrimiento.

Es valioso el testimonio que da la escritora Mirta Ojito sobre la percepción del impecable y purísimo «exilio histórico» sobre los cubanos llegados por el Mariel. Llamados por ellos en tono despectivo «marielitos». Y los «marielitos» a mí me enseñaron mucho y agradecí montones que le inyectaran vida y sangre nueva a la congelación cadavérica de este pueblo sureño.

Capítulo aparte merecería mi amigo Bernardo Benes, que en paz descanza, magnífico ser humano, admirable cubano y uno de los peores tratados y desprestigiados por el exilio. ¿Su culpa? Haber negociado con Fidel Castro la liberación de casi 3,600 presos políticos con sus familiares en 1978, en una operación de excepcional diálogo que dio muy buenos frutos para una de las causas más queridas y por las que más había luchado Benes: la reunificación familiar. Y fue él quien abrió la puerta. Algo de suma importancia que se logró además de la liberación de los presos políticos fue el derecho de los exiliados a viajar a Cuba. Y así, en cuestión de un día, cuando se supo la noticia, estalló la felicidad de miles de exiliados que, después de 20 años podrían por primera vez regresar para ver a su familia y su país.

Pero el abogado, periodista, respetado líder civil y banquero –Benes fundó el primer banco cubanoamericano en Estados Unidos, el Continental National Bank of Miami– terminó pagando un precio muy alto por todo esto. De banquero exitoso, quedó en la ruina. Tuvo de vender sus acciones en el banco que fundó, dejar el trabajo, milagrosamente salvarse de dos intentos de asesinato y ver cómo los que lo detestaban por el bien que había hecho, y que alguien diga lo contrario, llegaron a colocar una bomba en su banco. Fue acaso el capítulo más vergonzoso del exilio cubano de Miami: él mismo contó cómo cuando le iba a dar la mano a algunos amigos o en un acto social a gente conocida, se quedaba con la mano elevada vacía. Muchos dejaron de saludarlo o darle la mano. ¿Y la radio del patio? Difamaciones, humillaciones, ataques verbales que incitaban a la violencia contra su persona, hecho que le hizo temer por su propia vida, lo que le hizo prudentemente permanecer largos períodos sin salir de su casa. Es que quien no lo vivió no puede sospechar lo que fue aquello de violento. Ninguna organización ni agrupación, ni persona le agradeció públicamente lo que había logrado. Su heroico acto creó un neologismo despectivo –»dialoguero», «dialoguera»– acusación que podría ser peligrosa, y no solía estar ausente de los vozarrones que tronaban por los micrófonos y otros medios.

Como es natural fui acusada varias veces en la prensa escrita y radial de ser dialoguera, «rosadita» me dijo un amigo que oyó que me llamaron un día, supongo que para no decir comunista, aunque el término no faltó en bocas que ahora son huesos bajo tierra. Aunque algunas andan por ahí todavía en su buen vivir. Que Dios los bendiga a todos y todas. Ninguno de ellos o ellas aman más a Cuba y la democracia que yo. Y mi vida se la he dedicado a la lucha por su libertad.

Sé que me detuve en contar, a vuelo de pájaro porque las historias son complejas y largas, en la parte deplorable del exilio cubano. No me pregunto por qué. Es que, como Benes, Cernuda y otros que sufrieron en carne propia la llama del odio, yo también la sufrí. Y no cesó por parte de ese sector que odia o condena a la persona que piense diferente a él o ella. Ese sector por fortuna es cada vez más pequeño, y decididamente menos vociferante e intimidador en los medios.

Pero les anuncio que la mayor parte de El exilio cubano: Del trauma al triunfo es una historia llena de amor a nuestro exilio, lo cual no impide decir la dolorosa verdad que también forma parte de él. Ojalá lo vean completo. Los invito a hacerlo y se enterarán de hechos que considero muy importantes en la inclusión de la futura historia que se escriba sobre la experiencia del destierro y la diáspora cubanos.