La oveja perdida

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17 de mayo de 2009

Esto me va a costar mucho, me va a causar no pocas veces dolor, porque la memoria tiene infinidad de espejos, de trampas y tablas de salvación, de heridas y glorias, de banalidades, de hechos que no te perdonas, de pérdidas y errores que se ven sólo cuando te despojas de tu falso yo. Confrontar la propia sombra e integrarla con piedad.

El Señor de las sorpresas me hizo ver que acaso no haya mejor vehículo de anunciar el Reino de Dios que la propia experiencia vivida. Cada cual carga su cruz. Quiero gritar a todo el que quiera oír, el cambio radical que conlleva el encuentro con Jesús, el Cristo. Pero quitar las capas falsas que ocultan mi verdadero yo, my true self, es parte integral e indispensable del vivir con una nueva conciencia, liberada, limpia, y escribir lo vivido.

El pasado público, no menos intenso que el privado, ha ido quedando plasmado en mi obra periodística, principalmente en El Nuevo Herald, que podríamos llamar incluso Memorias, en la medida en que ha sido mi modo de interpretar la realidad histórica que me ha tocado vivir y cómo me han interpretado a mí muchos lectores, algunos poseídos de un fanatismo político en el que predominó por muchos años una especie de terrorismo verbal –del cual fui víctima por escribir lo que pensaba–, que se alimentaba de la calumnia y el ataque. Los tiempos han cambiado y porque sé lo que ha costado, pero sobre todo por amor a la verdad, reclamo mi pequeña parte de responsabilidad en que este exilio sea mucho más tolerante y plural. Puedo decir sin exagerar que me apedrearon verbalmente en la radio muchas veces, pero nada me calló. El lector podrá comprobarlo en los escritos hechos al fragor de batallas que con el pasar de los años y los desencantos he querido abandonar. Pero no puedo, Cuba es algo incomprensible en mi vida, una monja me dijo que tenía que purificar ese deseo. Creo que la comprendo, pero no lo puedo «purificar», me sigue obsesionando.

Sin embargo, este acontecer doloroso y a la vez admirable, ilusionado y fracasado que hemos vivido los cubanos en Miami y del que he ido dejando testimonio por más de 20 años en El Nuevo Herald, no debe ignorarlo el historiador o la historiadora de una Cuba futura y libre. Sé lo que digo, nuestra historia, la de la isla, reescrita allá a partir de 1959 está llena de mentiras. El periodismo isleño de estos 50 años ha sido uno de los más censurados y falseados del mundo. Pero tiempo habrá y por tanto perspectiva para que se escriba la verdadera historia de Cuba y de la diáspora a partir de 1959. Son dos volúmenes de una misma historia. Me consuela pensar que mis columnas, mis reportajes, mis documentales sobre Cuba y los cubanos, sirvan como una de las fuentes de esa historia que está por escribirse. Los documentales, uno transmitido por el Canal 51 –El exilio cubano, del trauma al triunfo, 1989–, y otros dos por el Canal 23 –El archivo del exilio, 1985 y La Crisis de Octubre: 25 años después, 1987–, los podrá ver el interesado en la Cuban Heritage Collection, en la Biblioteca de la Universidad de Miami.

En este blog aparecen todas mis columnas publicadas en El Nuevo Herald desde 1988 hasta el presente. También lo publicado en La Voz Católica mientras fui directora de ese periódico de la Arquidiócesis de Miami –desde diciembre de 2001 a noviembre de 2004– y en Palabra.

La verdad conlleva riesgos muy altos, Jesús es la prueba mayor. Si me propongo hacer este camino del pasado y del momento presente es principalmente porque creo que puede servir como testimonio de una conversión religiosa al catolicismo que transformó mi vida para siempre. En Cristo encontré el sentido, el amor, la verdad, que había buscado toda mi vida. Él, que me conoce mejor que yo a mí misma, que me ama incondicionalmente y me redimió para siempre, me tomó de la mano, me cargó lleno de ternura estando yo al borde del abismo. En Dios hallé todo, nada me falta.

Dejarlo Todo


11 de junio de 1999

«Yahvé me llamó desde el vientre de mi madre;

conoció mi nombre desde antes que naciera».

Isaías

Dios nos crea por amor para el amor, para que unidos a Cristo seamos parte del proyecto del Reino de Dios. Por eso nací, pero tardé en descubrir la verdadera razón de mi ser

Desde hacía años había empezado a sentir una necesidad muy grande de buscar a Dios. Me sentía infeliz, como si un gran vacío se hubiera apoderado de mí. Comencé a ver un sinsentido creciente en mi vida, la vida de los otros, y el mundo que me rodeaba. El matrimonio no me interesó nunca. Y aunque mi familia – mi madre, mi hermana, mi padrastro, tíos y primos- compartía con relativa frecuencia, y éramos más o menos felices en el exilio (tengo más familia en Cuba), yo me sentía sin razón de ser, sin meta ni fin.

Desde mi época de estudiante en Ponce, no había vuelto a la iglesia, a no ser para la celebración de una boda o un bautizo en la familia. Pero aunque no participaba en nada religioso, desde que cumplí los 35 años, más o menos, comencé a visitar templos católicos cuando estaban vacios, y a sentarme un rato allí para orar. Orar a mi manera, que a veces no era nada, sólo estar en aquel silencio y aquella paz que siempre encontraba. Por otro lado, retomé la lectura de una Biblia de Jerusalén que había tenido guardada desde mi época de estudiante de Literatura. Ahora la leía desde otra óptica, que no era literaria. Una fe grande iba surgiendo, producto de mis súplicas a Dios. Yo buscaba al Señor, sin saber que El me buscaba también a mí.

No sé por qué todo comenzó a coincidir. Pero a medida que decrecía mi interés en el periodismo de denuncia política y social, crecía, sin yo saber cómo, la necesidad apremiante de escribir sobre temas de espiritualidad, del mundo interior, la Iglesia, Dios. Entonces pude apreciar la hostilidad que reina en la prensa secular hacia los temas de contenido religioso y los creyentes.

Leyendo en estos días la revista católica española Vida Nueva (mayo de 1999), me encontré con un excelente artículo titulado «Responsabilidad evangelizadora en la sociedad de la informática». Cito del artículo: «Existe la convicción generalizada de que los grandes medios de prensa de Europa y América, impregnados de un liberalismo relativista y permisivo de proporciones preocupantes, oscila, como dice el director de La Croix, entre una hostilidad abierta-hacia la Iglesia católica y los creyentes- y una indiferencia, que rozan con frecuencia el sarcasmo y la caricatura.»

Yo viví en el monstruo y le conozco bien las entrañas.

Aunque no sabría precisar el momento exacto, mi crisis existencial coincidió con esa búsqueda intensa de Dios de la cual hablé. Pero era una búsqueda un poco a ciegas, que se fue haciendo luz lentamente. Cuando vine a ver, mi vida había dado un giro radical, se había operado en mí una profunda conversión.

Creo firmemente que la muerte súbita de mi madre en 1991 precipitó lo que ya hacía años se estaba gestando en mi interior. Verla morir, enfrentarme con la muerte de mi ser más querido, tuvo en mí un impacto de inmensa magnitud. Sólo aquella pequeña Biblia que sostenía en mis manos en el hospital durante los 21 días que duró su agonía, y una monja que conocí allí, me ayudaron a soportar un dolor tan profundo. Fue esa religiosa, Hija de la Caridad, la que me llevó de nuevo a misa a los pocos días de haber llegado al hospital. Y ya no volví a faltar un domingo a la Eucaristía, que me iba devolviendo a la vida.

A la muerte de mi madre, me quedé viviendo con mi padrastro, a quien he tomado un cariño muy grande. Hoy es para mí un ser entrañable, casi como un padre, tiene en la actualidad 85 años. (Mi padre murió en 1969 en Miami).

Hoy miro atrás y no puedo dejar de ver el paso de Dios por mi vida, está tan claro, cómo me salvó en los momentos más desesperantes de la tristeza, de la angustia, de la pérdida de sentido; cómo me fue llevando de la mano cuando estaba ciega; cómo perdonó mis pecados y me aguardaba anhelante para demostrarme su amor incondicional.

Pero necesito ahora narrar brevemente cómo fue que sucedió esto, porque aunque ahora lo veo claro, me tomó un tiempo descubrir su presencia sobrecogedora en mi vida; darme cuenta, cobrar conciencia de la verdadera vocación de mi vida. Claro que esto es sólo un intento racional de trazar el proceso que me ha llevado a renunciar a todo para entrar en la vida religiosa, sólo un intento, porque el hecho me sobrepasa. La llamada es un misterio, como lo es la respuesta apasionada, ese «sí» incondicional que damos, y la fuerza que nos impulsa a dejarlo todo para seguir a Jesús.

En 1994, ya integrada por completo a una vida comunitaria de parroquia, grupos de oración y lo que consideré mi apostolado en la prensa -la evangelización a través de los medios- comencé a ir a retiros espirituales. Recuerdo mi primer retiro en silencio, con dirección espiritual, durante la Semana Santa. Fue en un Centro Espiritual Católico en las colinas de Kentucky, una experiencia fuerte y transformante, en donde Dios me hablaba a través de todo, incluso la naturaleza, en plena primavera, se me reveló como algo nuevo y maravilloso, como nunca la había visto. Es difícil de describir. Después hubo otros, pero fueron los Ejercicios Espirituales de Ignacio de Loyola que tomé por 30 días en noviembre-diciembre de 1995, con el jesuita peruano Ricardo Antoncich, lo que marcó el cambio radical de mi vida. Nada se puede comparar con la felicidad, la alegría, el gozo aquel. Había por fin descubierto la perla de la cual nos hablan los evangelios. A partir de ese momento ya no viví sino sólo para buscar la forma de entregarme por completo a Dios, de darme como una ofrenda, y glorificar su nombre por medio de mi vida. Había hallado mi verdadera vocación.

Se intensificó entonces mi lectura de libros religiosos, de vida de santos y santas, de espiritualidad, oración y lo que me atrajera de todo lo religioso. Entre los santos -canonizados o no- que más influencia han tenido en mí, cito primero que nada a Thomas Merton. Su influencia ha sido tal que al principio pensé entrar en un monasterio para llevar una vida contemplativa. Fui a retiros en un monasterio trapense y a otro benedictino, donde pude compartir la Liturgia de las Horas con monjas y monjes, una experiencia muy hermosa. Pero este amor por la mística y la contemplación iban unidas a mi atracción hacia la vida y la obra de Ignacio de Loyola. Recuerdo que al finalizar el retiro ignaciano, Antoncich me había hablado de la Sociedad del Sagrado Corazón como una congregación de mujeres con espiritualidad bastante ignaciana. Pero en aquel momento no consideré establecer contacto con las RSCJ.

Fue una mañana temprano orando en mi cuarto, que me vino a la mente una amiga religiosa que vive en Barcelona. Y decidí llamarla para pedirle opinión. Me habló de las RSCJ, y muy especialmente me recomendó la obra de Dolores Aleixandre, y me envió dos pequeños libros de ella, que me leí enseguida y me gustaron mucho. En esos mismos días se hallaba de paso por Miami el padre José Conrado Rodríguez. Conversamos, le manifesté mi deseo de entrar en una orden religiosa, pero que sentía un fuerte llamado a servir en Cuba, y fue él quien por primera vez me habló de la Sociedad del Sagrado Corazón en Cuba. Me dio el teléfono de Carmen Comella, a quien llamé de inmediato. Es curioso cómo todo coincidía de nuevo.

Carmen me sugirió que hiciera contacto con Ellen Colesano, RSCJ de Miami. Lo cual hice. También llamé por teléfono a las religiosas en Puerto Rico. Andaba buscando cómo conocerlas más de cerca y hacer las gestiones para entrar. Pero siempre en lo más profundo de mí había la esperanza de que pudiera trabajar en Cuba, vivir aquella pobreza, compartir aquel destino, encarnarme en mi pueblo, y allí dar a conocer a Jesús. Evangelizar. Las palabras del papa durante su visita a la isla, la urgencia de su llamado, me llegaron muy profundo. Cito de mi último artículo publicado en El Nuevo Herald, donde hablo de mi renuncia: «El papa nos dijo que el futuro de Cuba depende sólo de nosotros, los cubanos; de cómo vivamos nuestra voluntad de compromiso en la transformación de la realidad nacional. Que hay que afrontar con fortaleza y prudencia los grandes desafíos del momento presente, porque sólo en nuestras manos está construir un futuro cada vez más digno y más libre. Y la responsabilidad, dijo, forma parte de la libertad. Y no hay verdadero compromiso responsable con la fe cristiana y la patria sin una presencia activa y audaz en todos los ambientes de la sociedad en los que Cristo y la Iglesia se encarnan.»

Pero mi hora de viajar a mi país no había llegado. Y seguí visitando y compartiendo con las RSCJ de Miami. Le pedí a Rosemary Bears, una de las religiosas de la casa de Coconut Grove, que fuera mi directora espiritual, y le doy gracias al Señor por aquel año en que me estuvo acompañando, fue una gran ayuda y guía.

Finalmente pude viajar a Cuba en mayo de 1998 y conocer a Carmen Comella. El día de Santa Magdalena Sofía Barat, 25 de mayo, lo pasé completo con las Hermanas en la parroquia del Rosario. Día hermoso de oración, Eucaristía y vivencia compartidas. Esta visita cambió mi vida por completo. Recuerdo muy vivamente cuando le hablé a Carmen de mi deseo. Y me viene a la mente aquello de que Dios es como la fuente que sale al encuentro del sediento. Me tomó de sorpresa su acogida tan natural, su pregunta: «Muy bien, ¿tú quieres venir a hacer el noviciado en Cuba?» Y mi «si’, que salió rápido y espontáneo. No sólo se me abrían las puertas, la posibilidad real de entrar en la Sociedad del Sagrado Corazón, se me invitaba a hacerlo en Cuba. A partir de ese momento, no hubo mujer más feliz que yo.

Cuando regresé a Miami el 26 de mayo empecé a prepararlo todo para mi renuncia al periódico en septiembre, fecha en que habíamos acordado Carmen y yo que vendría para la Provincia de Puerto Rico a convivir con las RSCJ por un período de unos 6 meses. Y en efecto, así fue, mi última columna en el diario la escribí, cómo olvidarlo, el 8 de septiembre, día de la Virgen de Caridad; mi último día en el trabajo fue el 11 de ese mes. Vine para Puerto Rico el 20 de septiembre, un día antes del huracán Georges.

Han pasado casi nueve meses de mi presencia en esta isla amada. He convivido con las Hermanas en todas las comunidades de la Provincia: Patillas, Barranquitas, Santurce, Aguas Buenas y ahora en mi destino final antes de ir para Cuba: Ponce, donde haré el postulantado y el noviciado si antes no me llega la visa de Cuba. ¿No es una coincidencia feliz que haya vuelto a Ponce, precisamente como religiosa aquí, donde por vez primera sentí el llamado?

A los 51 años de edad soy postulante de la Sociedad del Sagrado Corazón, y ya no me lamento ni pregunto por qué el Señor no me llamó antes a la vida religiosa. Acojo con felicidad el presente, y pienso que a lo mejor yo le estaba sirviendo de otra manera. Ahora estoy a la espera de la visa cubana para regresar a la patria, y hacer el noviciado allá; allá ser esa obrera de la mies evangélica; allá entregarme sin medida a la obra de Santa Magdalena Sofía Barat, y como un sólo corazón y una sola alma, unida a mis hermanas, transmitir el amor del Corazón de Jesús. Si el gobierno cubano no me permite entrar a Cuba, aquí estaré, en Puerto Rico, hasta que el Señor quiera, feliz también porque estoy en sus manos, rodeada de hermanas que han sido muy generosas y me han acogido con mucho cariño.

La Sociedad del Sagrado Corazón en Puerto Rico me ha pedido que escriba esta autobiografía. Quisiera terminar aclarando, una vez más, que si no soy aceptada y tengo que regresar a la vida secular, lo haré ciertamente con asombro y tristeza, porque mi mayor anhelo, mi deseo más grande es vivir la vida consagrada para siempre, y creo que para eso he sido llamada por Dios. Pero de no poder entrar por la razón que sea, aceptaré lo que el Señor quiera para mí, que no sé lo que será, pero este paso no habrá sido en vano.

Que el Espíritu de Dios me dé entonces la lucidez para discernir Su voluntad, y hacerla sin vacilar, ésa es y será mi felicidad. Porque yo digo con San Pablo que ya nada ni nadie me puede apartar del amor de Cristo.

Amiga del amor infinito

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En la mañana de su muerte llegué a su habitación muy temprano, no me había quedado la noche anterior, su cuñada Gladys Zuazo, lo había hecho. Nos habíamos estado turnando las dos semanas que Adel permaneció en la sección de Catholic Hospice –para enfermos terminales que reciben cuidados paliativos– del Hospital de Rehabilitación St. Catherine West, en Hialeah.

Cuando entré en el cuarto 319 ese lunes 3 de agosto, que jamás olvidaré, vi a Gladys sentada en el amplio margen de la ventana leyendo las lecturas bíblicas del día y mi amiga querida, mi hermana entrañable, Adelaida González, que es su nombre aunque todos la llamábamos Adel, agonizaba acostada apenas respirando ya. Algo diferente vi en ella esa mañana: como un abandono plácido, lista para el viaje final, al encuentro con Dios que tan fuertemente deseaba. Anhelaba la muerte, y lo decía: “Quiero irme”. Segura de que la aguardaba Dios.

No he conocido a nadie que haya padecido tanto dolor físico como ella, diagnosticada con artritis reumatoide, que deshace el sistema inmunológico, desde los 30 años. Ahora tenía 70. Dicho por ella misma, ella no había sufrido en su vida, y explicaba la diferencia entre el dolor corporal y el sufrimiento. Se sintió colmada de felicidad en su entrega a Cristo desde muy joven. Cristo era su centro, su razón de ser. Su servicio, su entrega a los demás, su obra evangelizadora dejó huella honda en esta ciudad y en otras. Porque después de retirarse de la Arquidiócesis, viajó por todo el país dando conferencias sobre espiritualidad, justicia y paz, teología, donde quiera que la solicitaban. El “Sí” de ella estaba lleno del Espíritu Santo.

Religiosa filipense –orden de San Felipe Neri– durante siete años, después laica comprometida por toda una vida: Durante 31 años trabajó para la Arquidiócesis de Miami en la formación cristiana de adultos. Fue profesora adjunta de Teología en la Universidad Barry. Tiene un Doctorado en Ministerio de la Universidad de St. Thomas, en St. Paul, Minnesota; una Maestría en Divinidad; y otra Maestría en Estudios Religiosos de la Universidad Barry. Es autora de varios libros –Life is Hard, but God is Good. An Inquire into Suffering; The Spirituality of Community; Companions in Christ; Deepening Our Prayer; Sedientos de Dios; No temas, María; y numerosos artículos y ensayos publicados en revistas y libros.

Una más de las cubanas que del Proyecto Pedro Pan llegaron solas de Cuba a Estados Unidos. Fue a dar a Florida City, donde conoció hace 50 años a Gladys. Y crearon una amistad fértil. Poco tiempo después vino el hermano menor de Adel, Luis González, que fue siempre su ser más querido, y que defendió con uñas y dientes cuando supo que lo maltrataban en una casa adónde lo habían enviado después de pasar por Metacumbe. Logró sacarlo de allí y se fueron a vivir juntos, ambos estudiando y trabajando. Es una historia admirable la de estos hermanos que supieron forjarse un futuro en donde la casa que construyeron, cada uno por separado y a su estilo, al decir del evangelio, fue sobre roca, no arena. Adel le presentó Gladys a Luis, y se casaron, ¡ambos muy jóvenes y vírgenes! Y amándose hoy como cuando fueron novios.

A pocos años de la impactante separación familiar, llegaron su mamá, su tía y su abuela. La vida cambiaba, había más responsabilidades. Pero los jóvenes le hicieron frente para mantener a “las viejas” queridas que ya estaban con ellos. Hoy enterradas desde hace años en el mismo cementerio adonde yace Adel desde el miércoles.

Gladys y Luis tuvieron tres hijos: Liza, Peco y Christy. Ahora casados, han tenido dos hijos por pareja. Los seis nietos sobrinos de Adel fueron, junto a sus sobrinos, su adoración. La agonía final terminó cuando los vio en su cuarto y dijo solamente: “Ahora puedo morirme tranquila”.

Muchos días antes había preparado su funeral: el sacerdote que oficiaría la Misa de Resurrección sería su amigo de años de hermoso trabajo pastoral juntos, el padre Paul Vuturo; la iglesia: St. Benedict (San Benito), en Hialeah, muy significativa para su familia. Eligió ella misma las lecturas de la misa, con el deseo ardiente de que el amor fuera el tema central. Y así fue.

La Primera Lectura sería la 1 Carta de Juan, 4,7-16; el Salmo: el Canto de Taizé “Ubi Caritas est”; la Segunda Lectura, la 1 Carta de Pablo a los Corintios, 13, 1-13; y el Primer Capítulo del Evangelio de Juan.

Los invito a leerlos. ¿Lo harán?

El corazón amoroso de Adel se ha fundido con el de Dios, que es Amor. No hay felicidad mayor. Y es eterna. Al fin, amiga del amor infinito.

Respuesta a Montaner

El papa Francisco con los pobres.  (AP Photo/Alessandra Tarantino)
El papa Francisco con los pobres. (AP Photo/Alessandra Tarantino)

Doy gracias a mi Dios, que es el mismo del papa Francisco, por haber hallado este artículo “¿Cómo han acogido los liberales la “Laudato si?”, de Manuel Bru, publicado en Aleteia. Me ha permitido responderle al autor de “Tiempo de canallas”, a su insultante columna del domingo pasado “El papa Francisco y el debate de los pobres”. Yo no hubiese hallado palabras para hacerlo sin herirlo o intentar humillarlo, cosa que no quiero. A decir la verdad, no hubiese encontrado palabras, punto, tanto me repugna y asusta el pensamiento más que anticristiano, luciferiano de este periodista. Copio, más o menos, el escrito de Manuel Bru dirigido a los archicapitalistas que detestan a los pobres, la naturaleza y la creación, de la que forman parte, como la cizaña, que crece junto al trigo.

No es la primera vez que Carlos Alberto Montaner arremete cínicamente contra el Papa Francisco. Ya lo hizo con ocasión de la exhortación apostólica Evangelii Gaudium, y ahora lo hace con ocasión de la encíclica Laudato si.

Su argumento es de simple insultante: el Papa no debería criticar el capitalismo moderno porque según él es el sistema que saca de la miseria tanto social como ecológica. Ya. Que se lo digan a los millones de campesinos expropiados de sus tierras para que las multinacionales hagan su agosto con sus transgénicos, como denuncia el Papa.

Por decir disparates –llamémosle así y no otra cosa muy fea– llega a decir que “la pobreza material es la consecuencia del no-consumo. Los pobres carecen de todo: desde agua potable hasta un techo decente, pasando por medicinas, ropa y alimentación adecuadas, transporte y comunicaciones. Para que abandonen la pobreza hay que convertirlos en consumidores progresivos”. Se ríe Montaner a carcajadas mientras escribe esto, me lo imagino.

Es interesante constatar como la derecha política y social se “retuerce” con el magisterio del Papa Francisco. Tampoco es que el magisterio social de Juan Pablo II les gustase mucho, que en el fondo decían los mismo.

Pero creían que su pensamiento económico y social no llegaba a la gente. Con el Papa Francisco ese consuelo ha desaparecido, y vemos por primera vez como algunos de los gurús del neoliberalismo ya no aguantan más, y han decidido salir al campo de batalla para ridiculizar al Papa.

Ahora les toca a los líderes del pensamiento único neoliberal.  La cosa tiene su gracia porque estos adoradores de la plutocracia estaban situados en una postura muy cómoda con respecto a las cuestiones morales. Si la izquierda ideológica se enfrentaba a la moral cristiana abiertamente, la derecha ideológica había conseguido introducir en el pensamiento único un principio absolutamente falaz: que la economía de mercado es una ciencia exacta y que la moral no tenía nada que ver con ella.

Así, no entrando en el debate moral, ellos podrían seguir defendiendo la inmoralidad de las inmoralidades, que es la mentalidad individualista y consumista, sin entrar en más cuestiones.

Los neoliberales ateos, tan contentos, y los neoliberales cristianos –como el sacerdote Robert A. Sirico o los luteranos admirados por Montaner–, presa, sin saberlo, tanto de la herejía teórica (no se creen nada de la Doctrina Social de la Iglesia), como de la práctica (los diez mandamientos quedan reducidos a uno, al sexto, que es el único del que se confiesan los más religiosos).

Porque en el fondo lo que a Montaner le molesta es que el Papa no se quede en un tibio debate medioambiental, o que no se quede en repetir las consignas generales de una mayor responsabilidad ecológica, sino entre en las cuestiones antropológicas y morales de fondo que cuestionan la ideología neoliberal. Dice que su llamada a la conversión ecológica y social es una utopía. Pero bien sabe él que es todo lo contrario.

Lo utópico es pensar que con una cosmovisión esencialmente egoísta como la neoliberal, se puedan resolver los problemas tanto sociales como medioambientales, automáticamente, por un futurible desenlace de la varita mágica del mercado que predicaba Adam Smith. Eso sí que es una utopía.

Pero Montaner, como a todos los ultraderechistas, creyentes o no, lo que les molesta en realidad es que el Papa cuestione su moral más profunda, que no es otra que la de la ley del más fuerte; y su estilo de vida, que no es otro que el de la competitividad enfermiza, y la desigualdad insolidaria. No quieren que el Papa, con enorme predicamento, al que no pueden comprar, consiga convencernos de que la varita mágica de la ley de la oferta y la demanda no sólo no es la solución a todos los problemas, sino que es la excusa de todos los ladrones de guante blanco.