Una vida nueva

23 de febrero de 2014

Este es un blog escandaloso, pero necesario, al que le había llegado la hora hace demasiado tiempo. Ahora lo voy escribiendo, hurgando en mi memoria lo que todavía vive y duele y supura, pero tiene que ser contado para que sane mi ser. Dios me impulsa y lo lograré. Seré condenada por algunas cosas que digo y no me refiero sólo a lo sexual, pero mucha gente sigue estancada y obsesionada –incluyo a las y los religiosos y el clero, parte integral de la Iglesia católica–, con la idea de que es en lo sexual donde más «se peca», creen que el sexo, lo erótico es donde radica el mayor peligro, la mayor tentación que conlleva la pérdida del Reino de Dios. Qué errados están. Es patético, muy triste y decepcionante que en estos años 20 del tercer milenio todavía existan personas que se llamen católicas y crean eso. Son ignorantes, gente de una fe confusa, débil y una formación religiosa muy atrasada, que tanto la teología como la espiritualidad y la misma revelación personal han superado hace años. Si no, observen la poderosa y despiadada oposición que tiene el papa Francisco, porque insiste en que la Iglesia acoja a todos: homosexuales, divorciados que se han casado de nuevo, parejas que cohabitan, que mantienen una relación marital sin haberse casado.

Por supuesto, también está la posición política, económica y social de Francisco, que es un hombre de izquierda, pero no comunista. Jamás lo ha sido. Francisco cree firmemente en el sistema de gobierno democrático, de mercado y propiedad privada, como se establece en la Doctrina social de la Iglesia, y ha condenado firmemente el comunismo, el marxismo como filosofía, y el totalitarismo sea de derecha o de izquierda.

Me he detenido en este tema porque a los poderosos y multimillonarios y a ciertos grupos del clero elitista les molesta sobremanera su posición a favor de los pobres, los rechazados, los que Francisco llama «personas que viven en las periferias» de la sociedad.  Pero él no se refiere a la periferia económica solamente, hay muchos hombres y mujeres que viven en la periferia espiritual y necesitan tanta atención y un auténtica cristianización como el resto de los seres humanos, pero nadie se ocupa de ellas y ellos. A ellos, los poderosos y ricos, qué les importa. Su único interés en la vida es el dinero, el poder y el prestigio.

La mía es una existencia que nadie quiso, incluso que quisieron evitar por todos los medios. Pero los intentos de aborto fallaron y nací. Nací porque Cristo lo quiso y tengo una misión. Creo que la he ido cumpliendo desde que lo encontré, una mujer que hasta ese momento estaba llena de pecados e inconsciencia, pero que cambió radicalmente cuando sentí la Presencia incomparable, misteriosa, maravillosa de Jesús en mi vida. Poco a poco comprendí que debía dar mi testimonio de vida, algo que en mi caso, conlleva una gran valentía, sobre todo siendo yo quien he sido: una periodista relativamente conocida y muy repudiada por mi postura política demócrata cristiana en este Miami ultraconservador, pero que ha ido cambiando un poco y lentamente para bien de la tolerancia política, la inclusión de las diferentes formas de pensar, sin condenar a priori a la otra o el otro, y el respeto a la democracia a medida que fueron llegando cientos de miles de cubanos de nuevas generaciones y de otras épocas de esta larga diáspora.

Aquí lo cuento todo, ha sido y es mi vida y mi verdad.

En la Biblia se habla mucho de que Dios no sólo perdona sino que olvida nuestros pecados. «Pero soy yo, sólo yo, el que borro tus crímenes por consideración a mí, y ya no me acordaré de tus pecados.»(Isaías 45,23)

«Porque yo perdonaré sus iniquidades y no me acordaré más de sus pecados» (Hebreos 8,12).

«Yo pondré mis leyes en su corazón y las grabaré en su conciencia, y no me acordaré más de sus pecados ni de sus iniquidades». (Hebreos 10,17)

San Juan Pablo II decía: «La inmensa alegría del perdón, ofrecido y acogido, sana heridas aparentemente incurables, restablece nuevamente las relaciones y tiene sus raíces en el inagotable amor de Dios».

«¡Feliz el que ha sido absuelto de su pecado
y liberado de su falta!
¡Feliz el hombre a quien el Señor
no le tiene en cuenta las culpas,
y en cuyo espíritu no hay doblez!»
(Salmo 32, 1-2)

Yo soy esa mujer, pero es necesario para mí narrar esto. En el camino descubriré por qué.

26 de agosto de 2023

Hace nueve años que escribí el texto que aparece arriba. Y sí, en el camino descubrí por qué. Al releerlo me asombra la cantidad de citas bíblicas que pongo para demostrar que Dios ama y perdona siempre.

¿Por qué tenía y tengo la necesidad imperiosa de escribir sobre mis experiencias y por qué, antes de escribirlas, sabía que al ir narrándolas descubriría la razón de contarlas? Dije al principio que era para sanarme. Que se curaran las heridas, que terminara el dolor.

Escribir una autobiografía es una catarsis, una terapia, un desahogo a veces brutal de brutales experiencias que te cambiaron y probablemente se tienen guardadas, escondidas, muchas veces a nivel inconsciente, pero van saliendo como sale sangre de una herida, el pus de una infección, o quizá algo muy hermoso que se necesitaba traer a la consciencia para descubrirte, mirarte de una forma diferente, más misericordiosamente. Somos nosotras, en este caso yo, la que no me perdonaba mis culpas. ¿Qué culpas?

Esta vida, ya larga y cansada, sin embargo, no ha terminado. Quedan cosas por conocer, por recordar, muchas otras por compartir. Quedan lágrimas que vendrán, risas y gozos que también llegarán. 

Mi relación con mi madre marcó y sigue marcando mi vida. Mi mayor pecado, el más grave que cometí fue hacerle daño a personas que amé y amo. Creo también, aunque es posible que me equivoque, que mi necesidad de escribir esta autobiografía, que es a la vez diario y meditación en contenido y forma, es para ayudar a quienes la lean a que se miren a sí mismas con más compasión, como nos mira Dios. Que comprendan a través de mis caídas, mis pérdidas, el encuentro con Cristo, mi individuación, como la definió el magistral psiquiatra Carl Gustav Jung y sobre todo, que una verdadera conversión espiritual es necesaria, porque de lo que se trata es de transformar nuestra relación con Dios, con los demás y renovar nuestra vida.

Este ha sido y sigue siendo un viaje espiritual. Y estas son dos definiciones o explicaciones muy iluminadoras de lo que quiero decir:

“El viaje espiritual no consiste en llegar a un nuevo destino en el que la persona obtiene lo que no tenía, o se convierta en lo que no es. Consiste más bien en la disipación de la propia ignorancia sobre el ser y la vida de cada cual, y en el gradual aumento de esa comprensión que inicia el despertar espiritual. Encontrar a Dios es llegar al propio ser”. (Aldous Huxley)

“Ya somos uno e imaginamos no serlo
Y lo que hemos de recuperar es nuestra unidad original.
Lo que tengamos que ser es lo que ya somos”.
(Thomas Merton)